El término competencias aplicado a la educación se ha convertido
rápidamente en un soporte fundamental de la estrategia del neoliberalismo
pedagógico. Si se revisa cierta documentación al respecto, originada en los más
diversos lugares del mundo, se encuentra una increíble repetición de ese
vocablo. Lo emplean en Estados Unidos, en la Unión Europea, en los países de
Europa del Este, en América Latina, en el sudoeste asiático y donde nos
imaginemos. Pero es bueno preguntarse a qué se debe esa unanimidad y qué
intereses se encuentran detrás del uso masivo de la noción de competencias
educativas.
1. Las competencias y las exigencias laborales del
capitalismo
Cabe mencionar que, en términos educativos, la utilización
del término competencias es muy reciente. La primera vez que se empleó fue en
1992 en los Estados Unidos, cuando la Secretaria de Trabajo de ese país
conformó una comisión de expertos que elaboró un documento titulado «Lo que el
trabajo requiere de las escuelas». Nótese que el informe es elaborado por la
Secretaria de Trabajo y no la Secretaria de Educación lo que muestra desde un
principio quién determina la importancia de las competencias. En el mencionado
documento se señala que el sistema educativo debe proporcionar un conjunto de
destrezas para que los estudiantes enfrenten los retos del mundo del trabajo
(1). Según la llamada Comisión SCANS (The Secretaries Commission on Achieving
Necessary Skills) del Departamento de Trabajo de los Estados Unidos, el
mejoramiento de la calidad de la educación que apunte a la formación de
competencias prácticas reduce la deserción escolar, genera individuos
competentes en el mercado laboral y, como resultado, los productos y servicios
brindados por los Estados Unidos serán más competitivos en el mercado mundial.
En dicho informe se recalca que para lograr un alto rendimiento en las empresas
se deben desarrollar nuevos métodos que combinen las exigencias de las
tecnologías con las destrezas del trabajador. Las decisiones operacionales se
tienen que tomar a nivel de la línea de producción, recurriendo a las habilidades
del trabajador de pensar creativamente y resolver problemas. Las metas
productivas dependen del factor humano, de que los trabajadores se desempeñen
cómodamente con la tecnología y con los sistemas complejos de producción,
siendo capaces de trabajar en equipo y con una sed insaciable de seguir
aprendiendo (2).
Se está explicitando, entonces, la relación entre los
cambios del mundo laboral y una nueva formación educativa que considere al
mismo tiempo la capacidad de gestión, la capacidad de aprender y la capacidad
de trabajo grupal. De allí se deriva una relación directa entre los cambios
tecnológicos y la organización del trabajo y entre la transformación de los
procesos productivos, las condiciones de empleo y la capacitación de los
«recursos humanos». A partir de ese momento se empieza a utilizar la noción de
competencias en lugar de la de calificaciones, puesto que se «teme que la vieja
defensa de las condiciones de trabajo en los convenios colectivos, con sus
categorías estrictamente definidas sobre la base de funciones y tareas,
conspire contra la flexibilidad y la polivalencia de los trabajadores. Ahora se
habla de `competencias’, como el potencial completo de talentos y habilidades
que tiene que ser captado, registrado, aprovechado y promovido por la empresa»
(3).
Del mismo modo, en 1997 el Consejo Europeo reunido en
Ámsterdam recomendaba «conceder la prioridad al desarrollo de competencias
profesionales y sociales para una mejor adaptación de los trabajadores a la
evolución del mercado laboral.» Y uno de los emisarios educativos de la Unión
Europea, agrega, por si las dudas, que en la escuela ya no es importante la
transmisión de conocimientos puesto que «el saber se ha convertido, en nuestras
sociedades y nuestras economías que evolucionan rápidamente, en un producto
perecedero. Lo que aprendemos hoy estará obsoleto o será incluso superfluo el
día de mañana» (4).
La CEPAL, la UNESCO y otras entidades burocráticas similares
no podían quedarse rezagadas en esta declaración de principios sobre la conveniencia
de desarrollar competencias en concordancia con la emergencia de la «sociedad
del conocimiento», los cambios en el mercado de trabajo, la competitividad
mundial y otras figuras retóricas por el estilo y pronto hicieron sus
respectivas declaraciones sobre el tema (5). Pese a todo, el abanderado
planetario número uno de las competencias, como cosa rara, ha sido el Banco
Mundial, el cual en su más reciente informe sobre la educación indica su
alcance: «El concepto de competencias posee varias características. Las
competencias están estrechamente relacionadas con el contexto, combinan
capacidades y valores interrelacionados, se pueden enseñar (aunque también es
posible adquirirlas por fuera del sistema educativo formal) y ocurren como
parte de un continuo. El hecho de poseer competencias clave contribuye a una
mayor calidad de vida en todas las áreas». Luego precisa el significado de
competencias, entendidas como competitividad económica: para desempeñarse en la
economía mundial y en la sociedad global se necesita dominar habilidades de
índole técnica, interpersonal y metodológica. Las habilidades técnicas
comprenden las habilidades relacionadas con la alfabetización, idiomas
extranjeros, matemáticas, ciencias, resolución de problemas y capacidad analítica.
Entre las habilidades interpersonales se cuentan el trabajo en equipo, el
liderazgo y las habilidades de comunicación. Las habilidades metodológicas
abarcan la capacidad de uno aprender por su propia cuenta, de asumir una
práctica de aprendizaje permanente y de poder enfrentarse a los riesgos y al
cambio (6).
Anota también que «los cimientos de la educación para la
economía del conocimiento constan de un conjunto de competencias y
conocimientos básicos. Además de proporcionar las herramientas para una participación
eficaz en la economía y la sociedad del conocimiento, estas competencias se
asocian con importantes beneficios sociales» (7).
2. Neoliberalismo educativo: Lucha a muerte entre
competentes e incompetentes
En lengua castellana el término competencias tiene por lo
menos tres acepciones: un sujeto tiene aptitud para algo (para la música, el
arte, los idiomas); determinada situación tiene o no que ver con alguien (le
compete o no le compete); y, hace alusión a enfrentamiento, lucha o disputa
(como cuando se habla de una competencia deportiva). Pues bien, las
competencias tal y como las entienden el Banco Mundial y los demás organismos
del capitalismo actual está referida básicamente a la última acepción del
vocablo en castellano, es decir, a la lucha y al enfrentamiento,
específicamente en el terreno de la economía mundial. Para asumir esa
competencia a muerte entre países, empresas e individuos se hace necesario
modificar los sistemas educativos nacionales para ponerlos en consonancia con
los cambios económicos y laborales de los últimos tiempos. En esa perspectiva,
la formación educativa general de las personas no es importante, porque ya no
es funcional al capitalismo. Ahora deben desarrollarse competencias que
favorezcan la adaptabilidad de los «recursos humanos» al mercado competitivo
mundial. En momentos en que lo importante son las destrezas y la empleabilidad
se ataca la función de la instrucción educativa general, cuestionando su papel
como transmisora de saberes. Se exaltan, en esa dirección, las doctrinas
pedagógicas que proponen la «evaluación por competencias» ya que éstas
«privilegian la competencia -»conjunto integrado y funcional de saberes, saber
hacer, saber ser, saber lograr, que permita, ante una serie de situaciones,
adaptarse, resolver problemas y realizar proyectos»- frente al conocimiento».
(8). En estos instantes ya no sería importante poseer una cultura común, puesto
que lo crucial es acceder a nuevos saberes y responder ante situaciones
imprevistas.
A quien puede sorprender que entre las competencias
reclamadas estridentemente por las empresas se encuentre en primer lugar el
adiestramiento en tecnologías de la información y la comunicación, pero no para
formar ingenieros de sistemas ni mucho menos sino para que los niños y jóvenes
de las ciudades estén inmersos desde la escuela en un medio dominado por
pantallas, teclados y ratones, respondan positivamente a las «ordenes» de un
computador y se adapten a las permanentes modificaciones de los programas
informáticos. Como ese es el objetivo básico de la introducción de las
Tecnologías de Información y Comunicación, TIC, en la escuela, se entiende
porque se invierte tanto en máquinas y recursos técnicos pero no en mejorar la
infraestructura de los planteles, ni en renovar los pupitres, ni en contratar
nuevos profesores. Pero las TIC también cumple la función de asegurar la máxima
flexibilización profesional de los futuros trabajadores, para que éstos se
sigan formando a lo largo de su vida, es decir, estén actualizándose
perpetuamente «de la cuna a la tumba», renovando sus destrezas y habilidades
para servir a los capitalistas. Si todos los trabajadores han aprendido a
utilizar Internet para acceder a la información, es muy fácil presionarles para
que mantengan el nivel de su competitividad profesional durante sus fines de
semana, sus vacaciones o sus noches empleando ordenadores y conexiones que
pagan de su propio bolsillo. Este es el sentido de un anuncio publicitario del
grupo Sysco Systems en el que se ve a un hombre sentado en un banco público
navegando por la red con un ordenador portátil, cuyo texto decía: «aprenda cómo
reducir sus costes de formación en un 60 por ciento» (9).
De aquí se deriva el asunto de la flexibilidad, otro
elemento clave relacionado con las competencias. Si el mercado laboral se ha
hecho flexible -vocablo con el que se debe entender que los trabajadores ya no
tendrán puesto fijo durante toda la vida, los sindicatos están prohibidos y
predomina la lucha de todos contra todos para sobrevivir- la educación también
debe ser flexible y adaptable a los requerimientos del mercado de trabajo. Esta
es la razón por la cual en los últimos tiempos ha emergido, en el mercado de
saberes pedagógicos, la noción de flexibilidad. Esta se utiliza para
responsabilizar al trabajador de su propia formación para que sea competente y
funcional al capitalismo. El planteamiento de la formación continua en cada
país debe servir para que los recursos naturales sean flexibles, rentables,
competitivos y sirvan a sus empresas. Trabajador que no lo haga ya no será
empleable, ni siquiera será un «recurso humano» sino un desecho, y esto por una
razón muy sencilla: para el capitalismo se es competente hoy pero inútil
mañana. En esa lógica, solamente será competente aquel trabajador que posea los
medios necesarios para adaptar continuamente sus conocimientos a las
necesidades del mercado. Al respecto, la Comisión Europea sostiene: En el seno
de las sociedades del conocimiento, el papel principal corresponde a los
propios individuos… El factor determinante es esta capacidad que posee el ser
humano de crear y explotar conocimientos de manera eficaz e inteligente, en un
entorno en perpetua evolución. Para sacar el mejor partido de esta aptitud, los
individuos deben tener la voluntad y los medios de hacerse cargo de su destino
(10).
Estructurar la educación a partir de las competencias, tal y
como las entienden el Banco Mundial, La CEPAL y otros organismos burocráticos
de ese estilo, significa que los sistemas educativos nacionales asumen de
manera forzosa los supuestos de la competitividad en la era de la «sociedad de
la información», sin importar el sentido profundo de la educación que debería
buscar la formación integral de los seres humanos. Por eso, el Banco Mundial,
basándose en su cruda visión economicista, presiona a los países para que
estructuren su sistema educativo basándose en la eficacia, entendida en
términos de costos, y para que asuman como prioridad la educación primaria y el
suministro de insumos tecnológicos que favorezcan la adquisición de lo que el
nuevo «pedagogo financiero» entiende por competencias básicas. Para ello, la
educación debe ofrecer un variado combo de opciones: educación básica,
formación y desempeño laboral docente, competencias… Quienes adquieren las
competencias que brinda el sistema educativo adaptado a los requerimientos de
los empresarios capitalistas son, lo cual parece una tautología, competitivos.
Las competencias educativas se entienden, entonces, en términos de
competitividad en el sentido más reduccionista (desde el ámbito de la economía)
e inmediatez (ya que deben servir para brindar fuerza de trabajo barata y
siempre dispuesta a someterse a las exigencias del capital). En el marco de las
competencias se les exige a los futuros trabajadores, que hoy están en la
escuela, adaptabilidad permanente, de donde se deriva que los trabajadores se
ven obligados a adaptarse a un entorno productivo que cambia sin cesar: porque
las tecnologías evolucionan, los productos cambian, las reestructuraciones y
las reorganizaciones conducen a cambiar de puesto de trabajo, porque la
competitividad precariza el empleo. Estos incesantes reciclajes cuestan mucho
tiempo y dinero. Iniciar a un trabajador en las particularidades de un entorno
de producción específico es una inversión larga y pesada, que retrasa la puesta
en marcha de las innovaciones. La multiplicación de costos, derivada de la
fuerte rotación de la mano de obra y de las tecnologías, se vuelve rápidamente
prohibitiva (11).
Pero, como al mismo tiempo, por el tipo de tecnologías
empleadas se requiere cierta clase de saberes, se plantea que eso se soluciona
implementando un aprendizaje a lo largo de toda la vida útil del trabajador,
siendo útil un sinónimo de productivo; en otros términos, ese trabajador debe
sujetarse a la lógica de los empresarios capitalistas. Con sus nociones de
empleabilidad y productividad, el proyecto de las competencias no tiene ninguna
ambición humanista: «No se trata de hacer aprender a todos y durante toda la
vida los tesoros de la ciencia, de las técnicas, de la historia, de la
economía, de la filosofía, de las artes, de la literatura, de las lenguas
antiguas ni de las culturas extranjeras» (12), porque todo esto en términos de
las competencias indispensables para acoplarse a la supuesta «sociedad del
conocimiento» es inútil, significa pérdida de tiempo, gasto de energía y
despilfarro de recursos. Por estas pragmáticas razones, entre las competencias
que se pretenden introducir en la escuela se destacan aquellas relacionadas con
la aceptación por parte de los trabajadores del «espíritu de empresa» para que
acepte con resignación todo el proyecto de la flexibilización, para que no
piense en ser «in-competente», como quien dice renuncie a pensar, luchar y
resistir la dominación del capital y cualquier tipo de opresión. Hay que formar
competencias personales, aptitudes, que sean proclives a la flexibilización
laboral y a la despolitización reinante en el mundo contemporáneo. Al respecto
la OCDE es rotunda cuando afirma que para difundir la defensa del «espíritu de
empresa» se requiere de una estrecha colaboración entre las empresas y la
escuela, para que las primeras incidan en la aceptación plena de la «economía
de mercado» y sus valores individualistas por parte de los estudiantes, con la
finalidad de que éstos aprendan a ser miembros «de un equipo de trabajo, a
aceptar recibir órdenes y trabajar con los demás», porque «se trata también de
comprender mejor el ritmo de trabajo y estar dispuesto para responder a
diferentes exigencias durante las etapas sucesivas de una carrera profesional»
(13).
Vistas así las cosas, la educación y el mundo laboral se
divide entre quienes son competentes (competitivos) y quienes no lo son. En
este sentido, las desigualdades sociales se justifican por el nivel educativo y
el grado de competencias y cualificaciones que posean, o no, los individuos. De
ahora en adelante los individuos se catalogan en super competentes,
competentes, menos competentes y absolutamente incompetentes de acuerdo a los
requerimientos del mercado. El derecho a la existencia está siendo dictado por
lo que los empresarios capitalistas conciben como útil para producir riqueza, y
cuándo un individuo es competente; en el momento en que se ha tornado
incompetente es un recurso desechable que se puede botar como un trasto viejo a
la caneca de la basura (14).
Adicionalmente, las competencias que las empresas le exigen
al sistema educativo para que este se acople a las exigencias del mundo laboral
son de tal magnitud que, si no fuera por los intereses que están en juego, sólo
podría pensarse que es un mal chiste. Para citar un caso ilustrativo, en un
proyecto europeo sobre la investigación de las universidades, una encuesta
determinó que las empresas exigen a los egresados la «bobadita» de 17
competencias básicas, a saber: capacidad de aprender; capacidad de aplicar los
conocimientos en la práctica; capacidad de análisis y síntesis; capacidad para
adaptarse a las nuevas situaciones; habilidades interpersonales; capacidad para
generar nuevas ideas (creatividad); comunicación oral y escrita en la propia lengua;
toma de decisiones; capacidad crítica y autocrítica; habilidades básicas de
manejo de la computadora; capacidad de trabajar en equipo interdisciplinario;
conocimientos generales básicos sobre el área de estudio; compromiso ético
(valores); conocimientos básicos de la profesión; conocimiento de una segunda
lengua; apreciación de la diversidad y multiculturalidad; y habilidades de
investigación (15).
Definitivamente, los capitalistas quieren que el sistema
educativo en general, y el universitario en particular, formen superhombres
acoplados a sus exigencias, porque de ese listado puede decirse que es propio
de las fantasías de superman o de los hombres biónicos de las malas series de
televisión. Pero, además, esos supermanes del trabajo no deben pensar, porque
si uno mira con detenimiento este listado de «competencias básicas» encuentra
que no aparece por ningún lado la historicidad, el conocimiento de los valores
culturales de un país, ni una formación humanística esencial. Precisamente,
todos estos aspectos son inútiles, expresan la incompetencia, y no son
funcionales al capitalismo actual. Se exige la preparación de supermanes o
superniñas del trabajo pero que no piensen ni actúen más allá del restringido
ámbito del mercado capitalista, enfatizando en las competencias informáticas y
comunicacionales. Finalmente, lo que se busca es la formación de expertos muy
competentes en su restringido campo de conocimiento, pero con la condición de
que sean analfabetos políticos. No por casualidad, en la información donde se
reseña ese impresionante listado de competencias básicas que las empresas
exigen a las universidades, se afirme que la ciencia y la empresa piden
inteligencia en lugar de acumulación de saberes que poco aportan a los
criterios antes señalados, y no se diga si se trata de agregar valor a los
procesos, donde históricamente los resultados del desempeño de los egresados de
cualquier nivel escolar, son de una pobreza descomunal, por no decir
incompetente; por ello mismo los centros educativos también sufrirán una gran
transformación, para pasar de transmisores de información, a centros
estimuladores de las inteligencias personales (16).
Queda claro que los saberes que poco aportan a las
competencias básicas, tal y como las definen los empresarios capitalistas, son
considerados como inútiles o incompetentes. Es lógico pensar que dentro de esos
saberes inútiles se encuentren todos aquellos que contribuyen a una formación
integral y crítica de cualquier ser humano, entre los cuales deben estar la
filosofía, la historia, la literatura, la geografía, la sociología y otras
áreas semejantes del conocimiento. Esto, por supuesto, es perfectamente
entendible para la lógica neoliberal en la cual no existe vocabulario para la
transformación política y social, no existe visión colectiva, no existe
direccionamiento social para desafiar la privatización y la comercialización de
la escuela, la burda disminución de los trabajos, la liquidación en marcha de
la seguridad laboral, o espacios desde los cuales luchar contra la eliminación
de los beneficios para el pueblo ahora alquilado estrictamente en un trabajo de
medio tiempo básico. En medio de este ataque concertado en lo público, el
mercado dirigido por el monstruo destructor del consumidor continúa movilizando
los deseos en el interés de producir identidades de mercado y relaciones de
mercado que últimamente aparecen como, Teodoro Adorno una vez lo señaló, nada
menos que «una prohibición que se piensa a sí misma» (17).
Con respecto a las competencias, puede concluirse que no
solamente la educación se ha convertido en un artículo mercantil como los
automóviles o los teléfonos móviles, dominado por la lógica de la competencia,
sino que además sus resultados deben ser reducidos a «indicadores de desempeño»
estandarizados, que midan el grado de adiestramiento («competencias») que han
adquirido los usuarios (estudiantes) para ser competitivos en el mercado
capitalista (18).
Notas:
1. Leandro Sepúlveda, «El concepto de competencias laborales
en educación. Notas para un ejercicio crítico», Revista Digital Umbral 2000,
No. 3, enero de 2002, p. 3.
2.Citado en Ignacio Tabares, «La educación como motor del
desarrollo», en www.luventicus.org/articulos/02R014.
7. Ibíd., p. 81
8. N. Hirtt, op. cit.
12. Ibíd.
13. Citado por Nico Hirtt, op. cit.

Renán Vega Cantor: Las “Competencias Educativas” y el Darwinismo Pedagógico